A veces resulta un poco
complicado compaginar tres días a la semana fuera de casa y llevar un cierto
orden y disciplina de cara a algún objetivo…
Pero se intenta.
Por eso, el viernes, desde el
trabajo y sin comer, salí a hacer el entrenamiento (un poco modificado) que me
había propuesto para ese día. Fue duro y no lo disfruté nada. Me dejó cansada y
de mala leche para las horas siguientes, pero al menos en mi cabeza no se quedó
como “pendiente”.
Sin parar a descansar, comí,
terminé el equipaje y rumbo a Tuiza.
El viaje no se hizo largo, aunque
llegamos ya casi de noche y cuando ya había acabado el Breafing de la carrera
de skimo que iba a disputar Andrés al día siguiente.
Tomamos una cerveza en Campomanes
y nos subimos a cenar y dormir en Tuiza de Arriba.
A la mañana siguiente, la carrera
salió puntual a las 11.00.
y, como me esperaban al menos 4 o 5 horas de soledad
y paciente espera, me puse las zapatillas y me fui a correr sin mucha
pretensión: tan sólo hacer una tirada larga, sin exigencias de ritmo, pues
Tuiza de Arriba, como su propio nombre indica está muy arriba y por lo tanto el
desnivel iba a marcar mi carrera.
No miré el reloj en ningún
momento para no agobiarme, pero cuando sonó la décima canción en mi ipod, me di
la vuelta. El camino de ida había sido todo bajada, así que la jugada estaba
clara: todo subida hasta la furgo.
Mi objetivo: correr. Daba igual
el ritmo, pero no dejar de trotar en ningún momento, aunque en ocasiones la
pendiente fuera tan empinada que casi se podría decir que en vez de correr,
reptaba…
Cuando por fin llegué a la furgo,
achicharrada de calor, miré el reloj y ví que salían casi 17 km y más de 1000
metros de desnivel.
No sé si me valdrá para algo de
cara al domingo, pero ahí quedó.
Como mínimo, había estado
entretenida un buen rato.
Hacía un día espectacular, y me
relajé en la furgo tomando unas cervezas y escuchando música hasta que empecé a
ver que llegaban corredores.
Aun me tocó esperar un buen rato
a que bajara Andrés (la carrera acababa en el refugio de Meicín, y allí los
corredores se entretenían lo que les parecía, charlando entre ellos y
comentando la jugada. Andrés en estos casos, nunca ha sido de los más rápidos,
jejeje).
Cuando llegó, y tras los trabajos
ordinarios de aseo, recogida de material, etc, etc, se hizo casi la hora de la
Espicha, así que para allá fuimos.
Después de comer y beber (a todas
luces demasiado), fuimos a Mieres, donde habíamos quedado para hacer un negocio
con unas pieles de foca que necesitaba.
Estábamos ya metidos en ambiente
con el tema de la sidra, así que rematamos el día poniéndonos turcios en la
Plaza San Juan…
Así me levanté yo al día
siguiente.
A las agujetas se sumaba la
resaca y el saber que hoy tocaba travesía en Pajares. BUFFF
Pero lo cierto es que una vez en
la estación, ya no hay margen a la duda: te preparas y subes. No hay más.
Eso sí: yo sólo tuve cuerpo para
hacer una subida, probar un poco el material (focas nuevas y crampones)
Una malbajada y a la furgo.
Regresamos muy pronto. Ambos
teníamos ganas de descansar. El domingo por la tarde fue exactamente eso que
tan poco me gusta, pero que tan necesario es de vez en cuando: Sofá, peli y
manta…
Ha sido un finde de tiempo
espectacular, de nivel de actividad alto y de los que te dejan “nuevo”.
Veremos a ver qué pasa el
siguiente. Me reencuentro con una Media maratón. Puede pasar cualquier cosa.
Sólo me preocupa sentirme frustrada al acabar….
Por si acaso, y pase lo que pase,
ya tenemos reservado un cocido para ir a comerlo en pandilla… El plan promete…
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