jueves, 16 de abril de 2015

BICIGRINOS II


Repitiendo la aventura de la Semana Santa pasada, este año nos volvimos a montar en el bus, cargados con las bicis, para completar las cuatro etapas que nos faltaron el pasado año para llegar a Santiago.
Aterrizamos en Luarca con tiempo para desembalar bicis, "aclimatar" y relajar piernas (el día anterior había habido carrera en Las Batuecas), así que tras una tarde de tapeo y cañeteo (como digo: aclimatando), el martes nos subimos en la bici y a pedalear hasta Ribadeo.


Las piernas se quejaron un poco, supongo que por la falta de costumbre al pedaleo, y la etapa se hizo un poco larga, pero como no, compensada por los paisajes y rincones que El Camino siempre ofrece.





Esa primera noche dormimos en el albergue de Ribadeo, un poco apartado del pueblo, que por cierto tiene mucha marcha, y donde cenamos una inaudita Cachopizza: CACHOPO+PIZZA.

El segundo día, dejábamos la costa y nos adentrábamos en el interior de la provincia de Lugo hacia Mondoñedo y Abadín.

Esta etapa fue muy dura, prácticamente de subida constante, con varios puertos y una interminable carretera final que realmente parecía que no tenía fin.
Paramos justo antes de la gran "traca" final para comer y tomar un café, con la intención de coger fuerzas, que, claramente, nos hicieron falta, pues estuvimos cerca de 3 horas de subida sin tregua.

Tras llegar al albergue, el pueblo no nos ofreció mucho, así que cenamos una riquísima sopa y empanada gallega y a la cama.

El tercer día, que nos llevaría hasta el monasterio de SOBRADO DOS MONTES, no era complicado ni duro en cuanto a desnivel, pero sí terminó siendo un poco penoso porque era una etapa muy larga.
Atravesamos paisajes muy diferentes, claramente adentrados ya en tierra firme, y dejando atrás los abiertos ambientes de la costa.
El albergue está en el mismo Monasterio de Sobrado dos Montes, lo que le imprime un carácter un poco más místico.

Cañeamos y cenamos en el pueblo, bien surtido de terrazas, bares y supermercados.

A la mañana siguiente, la sorpresa nos esperaba en forma de pinchazo. Y eso que era el día que nos habíamos propuesto madrugar, por aquéllo de intentar llegar prontito a SANTIAGO.
Todo empezó a complicarse y el bombín decidió que ese era un buen momento para dejar de funcionar, por lo que, de repente, nos vimos anclados en el pueblo, sin saber cómo solucionar el tema, pues el resto de bicigrinos no pudieron ayudarnos y la única gasolinera del pueblo tenía estropeado el sistema de hinchado de ruedas.
Por suerte, la señora del bar donde estábamos desayunando y a quién contamos nuestro problema, se lo dijo a un cliente que, muy amablemente, cogió la rueda, se la llevó a su casa y nos la trajo hinchada y perfecta para contiuar el viaje.
Es curioso como por un simple pinchazo el viaje puede dar un giro radical.
Invitamos al amable paisano a un café y emprendimos la marcha.
Hoy era un día muy diferente a los anteriores: a medida que nos acercamos a Santiago el número de peregrinos crece exponencialmente, así que ya podemos olvidarnos de la soledad de los caminos que habíamos traído hasta entonces.

De hecho, en algún momento en que el camino se estrechaba, decidimos desviarnos por la carretera, pues era difícil circular caminantes y ciclistas al mismo tiempo.

Así las cosas, llegamos a Santiago sobre las 16:00, que es una hora como otra cualquiera para llegar y hacer lo que hace todo el mundo: Sentarse en la Plaza del Obradoiro y contemplar...¡los andamios! de la Catedral...
Fotos varias, hacer un poco el tonto, y ¡hale!, a buscar un alojamiento y a celebrar que hemos llegado!!.





Después de un tiempo prudencial y una ducha, nos recorrimos varios bares y restaurantes disfrutando de la "hospitalidad" gallega.




Ah, sí, y también comimos una mariscada, marca de la casa de Andrés.

Como nos quedaban dos días libres por delante, pues habíamos planeado dejar uno por si acado teníamos algún contratiempo, o por si el tiempo nos impedía salir algún día, el sábado, decidimos coger un bus para ir a Fisterra.
Sin embargo, el destino decidió por nosotros un cambio de planes: De camino a la estación de autobuses, pasamos por delante del mercado de abastos de Santiago de Compostela. Por supuesto, entramos a curiosear, y allí nos informaron (aunque algo ya habíamos leído) de que el bar del mercado nos cocinaba por un módico precio, todo lo que compráramos en los distintos puestos del mercado.
Pues esto sí que es una actividad divertida. Compramos cigalas, almejas, sepia, cabracho y otro pescado que no recuerdo cómo se llamaba. Lo dejamos en el bar, y nos dieron cita para las 16.00. Perfecto, porque así podíamos irnos a tomar el vermut sin prisas.

El resultado fue perfecto. Me pareció una idea muy curiosa y me gustó mucho el ambiente del mercado.
Además, la comida fue excesiva, así que nos dejó KO y listos para una siesta.

Fue un broche de oro para unas vacaciones por tierras norteñas, donde hemos disfrutado de paisajes, gentes, gastronomía, deporte y naturaleza regadas con unas buenas dosis de pedaleo, adrenalina y compadreo que ya estoy deseando repetir.





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